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A la detonaciòn de partida los ocho atletas salieron como disparados, de los bloques de
inicio carrera. La inmensa multitùd se elevò en pié en un ùnico estruendo. Las diversas
fuerzas de cada atleta pronto iniciaron a hacer variar las posiciones, selecciòn natural y
cruel del deporte. En un instante los ocho se estaban yà precipitando sobre la llegada, pero sucede un extraño hecho. La meta parecìa no avecinarse nunca, y esto, subjetivamente hablando, puede ser una sensaciòn que cada atleta tiene el derecho de sentir. Pero en realidad a la meta finalmente siempre se llega. Yà, pero no aquélla véz. La multitùd, el estadio, todo parecìa haberse disipado en una turbia e improvisa niebla blanca y los ocho atletas, no obstante todavìa ser al màximo del empuje, comenzàron a manifestar los primeros sìntomas de cedimiento. Algunos iniciaban a perder manifiestamente la velocidad . Otros, transformaron su furor agonista en una especie de desesperada resistencia a ultranza. Pero la meta continuaba a alargarse siempre hacia adelante, màs bién, parecìa casi que la distancia entre los primeros atletas, que se era reducida a pocas zancadas por hacer, reaumentasen inexorablemente. Alguien entre los màs fuertes, intentò una aceleraciòn en la yà acelerada carrera, para poder colmar en pocos segundos aquélla mìnima distancia que amenazaba de volverse infinita. Uno de los mejores, a la cabeza de todos, después de haber alzado al màximo y espasmòdicamente su velocidad, moderò vistosamente la marcha, iniciò a tambalearse, y en fin cayò extremado sobre la yà larguìsima pista. Otros continuaron, no màs como velocistas, sinò como cuatrocentistas al extremo de las fuerzas, a intentar de tener una velocidad aceptable, mientras la meta se desvanecìa por delante. Al fìn, se detuvieron también los ultimos irreducibles, mientras la pista bajo sus piés era completamente perdida en todos sus lados, en una algodonosa niebla blanca, impenetrable a la vista. |
de Gianni Nigro - Traducido por Juanita Trinidad |